EL OBJETO DE MUSEO
Los objetos de museo son cosas que han sufrido un proceso particular, el de musealización.
Este proceso implica dos acciones: una selección, que suele ser planificada, pero otras veces arbitraria o azarosa; y una hiper valorización, generalmente provocada por una clase social específica.
La selección suele ser incontrolada, porque los objetos de museo muchas veces recalan en él por su rareza, por haber permanecido gracias a múltiples y desconocidas circunstancias, o bien por voluntad de ciertas personas. La selección del objeto no necesariamente está mediada por el museo, muchas veces se realiza por coleccionistas, por científicos o personas comunes que, guardando (seleccionando) cosas por su calidad, rareza, historia, etcétera, son preciadas o al menos, valiosas.
La musealización se completa con la hiper valorización del objeto. Una persona puede guardar y conservar una cosa, supongamos, un animal taxidermizado. Pero un Museo de Ciencias naturales hipervaloriza esa “cosa”: no solamente “cuida” ese animal taxidermizado del ejemplo, lo preserva, conserva y restaura. La pérdida de ese objeto es un delito, una negligencia, una fatalidad o una tragedia. Se generan leyes y ordenanzas basadas en esas “cosas”, se persigue a los que las roban, venden o destruyen.
En el objeto de museo se combinan entonces dos acciones que ponen al objeto en una resignificación total, absoluta. Los objetos dejan de ser animales vivos, cosas de la vida cotidiana, minerales de la naturaleza, cuadros para una casa. Ahora son signos de la rareza, la originalidad o la historia colectiva. Representan la vida de una sociedad en base a su resignificación.
Esa resignificación dice algo al público: esto es valioso, simplemente porque lo es. Durante mucho tiempo este mensaje fue así. Es valioso porque está en el museo. La gente suponía que si estaba en el museo, por algo era.
Con el tiempo, la cosa cambió.
Los objetos de museo son cosas que han sufrido un proceso particular, el de musealización.
Este proceso implica dos acciones: una selección, que suele ser planificada, pero otras veces arbitraria o azarosa; y una hiper valorización, generalmente provocada por una clase social específica.
La selección suele ser incontrolada, porque los objetos de museo muchas veces recalan en él por su rareza, por haber permanecido gracias a múltiples y desconocidas circunstancias, o bien por voluntad de ciertas personas. La selección del objeto no necesariamente está mediada por el museo, muchas veces se realiza por coleccionistas, por científicos o personas comunes que, guardando (seleccionando) cosas por su calidad, rareza, historia, etcétera, son preciadas o al menos, valiosas.
La musealización se completa con la hiper valorización del objeto. Una persona puede guardar y conservar una cosa, supongamos, un animal taxidermizado. Pero un Museo de Ciencias naturales hipervaloriza esa “cosa”: no solamente “cuida” ese animal taxidermizado del ejemplo, lo preserva, conserva y restaura. La pérdida de ese objeto es un delito, una negligencia, una fatalidad o una tragedia. Se generan leyes y ordenanzas basadas en esas “cosas”, se persigue a los que las roban, venden o destruyen.
En el objeto de museo se combinan entonces dos acciones que ponen al objeto en una resignificación total, absoluta. Los objetos dejan de ser animales vivos, cosas de la vida cotidiana, minerales de la naturaleza, cuadros para una casa. Ahora son signos de la rareza, la originalidad o la historia colectiva. Representan la vida de una sociedad en base a su resignificación.
Esa resignificación dice algo al público: esto es valioso, simplemente porque lo es. Durante mucho tiempo este mensaje fue así. Es valioso porque está en el museo. La gente suponía que si estaba en el museo, por algo era.
Con el tiempo, la cosa cambió.
La gente desea saber más sobre su historia, su ciencia o su arte; los objetos comienzan a ser menos preciosos en términos de singularidad, para ser valiosos en términos de contenidos ocultos.
El objeto es un fragmento. Un trozo de una cultura, de un sistema ecológico o del arte. Una vez en el museo, al objeto, digamos, le hacemos cumplir una labor titánica.
El objeto es un fragmento. Un trozo de una cultura, de un sistema ecológico o del arte. Una vez en el museo, al objeto, digamos, le hacemos cumplir una labor titánica.
A partir de ahí, el conservador o curador, mediante esos objetos tratará de recomponer la totalidad de esa cultura o ese sistema.
Existe una frase latina: toto ex parte. O sea, la totalidad mediante un trozo, un fragmento, una parte. Y una parte mìnima de ese todo.
Los objetos de museo cumplen ese rol, dar a conocer un gran conjunto de cosas mediante su unicidad. Por eso, por esa dificultad casi insuperable, se combinan con otros, con imágenes, con textos, formando un discurso sobre algo que el objeto puede aludir, pero nunca describir completamente.
Los objetos de museo cumplen ese rol, dar a conocer un gran conjunto de cosas mediante su unicidad. Por eso, por esa dificultad casi insuperable, se combinan con otros, con imágenes, con textos, formando un discurso sobre algo que el objeto puede aludir, pero nunca describir completamente.
En los años 90, se decía que "el objeto habla solo", aludiendo a una especie de fenomenología vulgar, o a que los objetos eran siempre iguales a sí mismos.
La labor del conservador de museos, del museólogo y el curador es precisamente hacer hablar esos objetos que no pueden hacerlo. Los objetos son medios, herramientas, que poseemos para decir algo.
La labor del conservador de museos, del museólogo y el curador es precisamente hacer hablar esos objetos que no pueden hacerlo. Los objetos son medios, herramientas, que poseemos para decir algo.
Según Susan Pearce, el objeto puede ser interpretado, reproducido, dramatizado, reconsiderado, no sòlo en forma esporàdica, sino constantemente. Forma parte de lo que se dice, de lo que se hace y de lo que probablemente se hará y dirá (en el museo). No es eterno, como antes se suponía, en su condición de imagen para el público, que cambia día a día, persona a persona. Lo que hoy es representativo puede no serlo mañana, o tener otro significado, o no tener ninguno.
La cuestión crucial, entonces, y al menos expositivamente, no es saber que hacemos con el objeto. Lo importante es saber qué decimos mediante él, y que la gente lo comprenda.
La cuestión crucial, entonces, y al menos expositivamente, no es saber que hacemos con el objeto. Lo importante es saber qué decimos mediante él, y que la gente lo comprenda.
Bibliografía
Pearce, Susan. 1994. Interpreting objects and collections. Routledge, Londres.
Pearce, Susan, et. alt. 1990. Objects of knowledge. The Athlone Press. Londres.
Magariños de Morentin, Juan. 2000. Carácter representativo del objeto (no representativo) exhibido en el museo. Gaceta de Museos, Conaculta-INAH. Núm. 18, abril-junio.